Resilientes, trabajadores, familiares y orgullosos de su quehacer. Así son los agricultores del cacao fino de aroma en Colombia. Se calcula que en el país hay 35.000 familias dedicadas a este cultivo en 422 municipios. Aquí, un panorama de sus anhelos y motivaciones.
“Mis hijos están estudiando gracias al cacao. La hermosa casa que tengo la construí gracias al cacao. Todo lo que he aprendido —todo lo que he conocido— es gracias al cacao”, afirma Aldemar Guzmán.
Tiene 58 años y desde hace 14 cultiva este árbol en su finca La Bonanza, en Rivera, Huila. Tiene dos hijos —Nicolás y Andrés—, quienes estudian Medicina e Ingeniería Civil, respectivamente. Todas las mañanas, antes de salir a trabajar, él se toma un chocolate —hecho con leche de vaca— de su mismo cultivo.
Como la familia de Aldemar, la mayoría de cacaocultores en Colombia tienen cerca de tres hectáreas y media cultivadas, y viven de esta actividad. Además, sus residencias están en el campo, al interior de las fincas, y su día a día consiste en llevar a cabo las labores que requiera el cacao fino de aroma. Es decir, la cosecha, el beneficio, la selección de granos, la fertilización y el control de plagas —el cacao no necesita productos agroquímicos—.
“Por lo general, los productores de cacao fino de aroma tienen adicionalmente otros cultivos, lo cual es muy importante para el desarrollo social y ambiental. Digo esto en el sentido de que estos se convierten en fuentes alternas de ingresos, sirven para el autoconsumo y generan biodiversidad”, explica Julia Inés Ocampo, ingeniera industrial, máster en Desarrollo Sostenible y actual directora de Sostenibilidad de Luker Chocolate.
Aldemar, en concreto, también cultiva en La Bonanza limón, arazá, naranja, coco, mandarina, zapote, aguacate y piña.
Por otro lado, el cacao en Colombia no funciona como monocultivo, ya que siempre debe estar acompañado por un sombrío. En la edad temprana —los primeros dos años o tres años— esta puede ser maíz, fríjol, plátano, palma de coco y otro tipo de cultivos. Ya en la etapa madura, la sombra puede provenir de los árboles de la zona. En la finca de Luker Chocolate, en Necoclí, por ejemplo, se usa melina y teca para esta función.
Julia Ocampo, Directora de Sostenibilidad, complementa: “En otras palabras, el cacao es un gran transformador sostenible: no erosiona suelos, recupera la biodiversidad —los bosques de cacao son sumamente atractivos para las aves, por dar un ejemplo— y al tiempo genera desarrollo social. Todo esto lo saben los cacaocultores, por eso se destacan por cuidar su entorno y a su comunidad. Ahora bien, cada uno de ellos tiene sus propios sueños, anhelos, motivaciones, miedos”.
El cacaocultor de Colombia es diferente al del resto del mundo porque se enfrenta a retos que cambian dependiendo de la región del país en la que se encuentre. Luker Chocolate sabe esto y por eso se ha dedicado a conocerlos y a construir una relación con los productores de cacao de más de 100 años de antigüedad.
“Los diferentes tipos de productores de cacao en Colombia mantienen una relación estrecha: los une el orgullo cacaocultor de cuidar a su familia y el medioambiente. Para Luker Chocolate es muy importante conocerlos y apoyarlos. Ese es nuestro principal interés. Un productor puede ganarse muy bien su vida a través del cacao, siempre y cuando tenga una muy buena productividad y buenas prácticas agrícolas. Ahí entramos nosotros desde diferentes frentes”, explica Julia Inés, directora de Sostenibilidad de Luker Chocolate.
La respuesta es la asociatividad: la unión como grupo.
Luker Chocolate, como compañía fabricante de chocolate, mantiene actualmente relaciones comerciales con cerca de 50 asociaciones de pequeños productores, en las que la empresa garantiza la compra de cacao de calidad a un precio justo. 20 de ellas reciben asesoría técnica, comercial, administrativa y legal, en un programa en conjunto con la Universidad EAFIT de Medellín. Los resultados son enormes.
“Las asociaciones tienen siempre las mejores intenciones. Sin embargo, las personas encargadas de la coordinación —por lo general productores de cacao que ofrecen su tiempo gratuitamente a la asociación— no tienen la formación necesaria. Este acompañamiento de la universidad los ha transformado en líderes —y lideresas, ya que el programa contempla un eje de inclusión de género— que han convertido su producto en uno competitivo”, comenta Julia Inés.
Y agrega:
“El trabajo en asociación estandariza la calidad. Esto significa que los costos fijos del cacao disminuyen y se puede entregar una mayor proporción de precio a los productores. Ese es uno de nuestros intereses, que los cacaocultores tengan mayores ingresos”.
Un caso especial es el de la Asociación de Productores de Cacao de El Pital, en Huila. Al comienzo del acompañamiento solo eran 13 productores. Hoy son 50. Más allá del apoyo recibido a través de los consultorios jurídico y contable de la EAFIT, la asociación ahora tiene capacidades instaladas que les permitirá seguir creciendo.
Ahora bien, este programa se complementa con muchos otros.
Luker Chocolate tiene un plan colaborativo llamado El Sueño de Chocolate, el cual, con el apoyo de diversos aliados, tiene como misión principal generar bienestar sostenible en las comunidades y en toda la cadena de valor del cacao. Educación, productividad, emprendimiento, arte, innovación social, resiliencia y bosques de cacao son algunos de los pilares que conforman esta visión integral de la sostenibilidad, que a través de diferentes programas ya ha impactado a cerca de 40.000 personas en distintas regiones cacaocultoras.
Todavía existen grandes retos y miedos. No obstante, el compromiso y la motivación están intactos, y el futuro se percibe con optimismo.
Así, los cacaocultores colombianos, como Aldemar Guzmán, y Luker Chocolate no solo comparten la gratitud hacia la tierra y la pasión por el exquisito sabor del chocolate, sino que también comparten sueños y trabajan de la mano para cumplirlos.
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