Por: José Miguel Maldonado - Profesional de Abastecimiento Sostenible
Tres de nuestros colaboradores se fueron a la región del Huila a vivir como cacaocultores y de ahí nació esta serie. En esta primera historia José Maldonado, Analista de Abastecimiento sostenible, nos cuenta su experiencia.
Desde muy pequeño, el campo y yo hemos sido inseparables. Mi abuelo paterno es veterinario y ha sido productor de leche toda su vida; mientras que mi abuelo materno es caficultor, como lo fueron sus antepasados por varias generaciones. Siempre me he sentido orgulloso del campo colombiano y me he identificado como parte de este; tanto así, que más de una vez he dicho con la cabeza en alto “yo soy del campo”.
Creí tener experiencia, pero después de pasar dos semanas acompañando a diferentes familias cacaocultoras del Huila, me di cuenta de que no podía estar más equivocado. Para ser del campo hace falta valentía y sacrificio, pero ante todo, hace falta tener un corazón gigante y estar profundamente enamorado de la tierra y sus tradiciones.
En esta travesía conocí muchas personas, pero las historias que a continuación voy a contar, pertenecen a personas que me dejaron grandes lecciones de vida.
El primero fue Pedro Nel Córdoba; él nos recibió en el aeropuerto de Neiva y nos dio la bienvenida. Este opita de acento cantado es el representante de Desarrollo Agrícola de Luker Chocolate para los departamentos de Huila, Tolima, Putumayo y Caquetá. No hay proveedor, finca o asociación donde no lo saluden con un fuerte abrazo y con la calidez de un hermano que vuelve a casa. Pedro conoce y entiende su tierra a la perfección, pues lleno de orgullo recuerda frecuentemente que él creció en el campo y que sus padres lo educaron a él y a 5 hermanos con los frutos de 1 hectárea de cacao. Él sabe bien lo que es luchar y trabajar por una finca que, por más pequeña que sea, es la esencia y el fruto de vida que mantiene a miles de familias campesinas en Colombia.
El equipo de trabajo liderado por Pedro estaba listo para emprender nuestra travesía de 2 semanas por este hermoso departamento. Comenzamos en el municipio de Rivera; en este lugar visitamos tres familias pertenecientes a la Asociación de Productores de Cacao del Municipio de Rivera (ASOPROCAR). Tuve la fortuna de visitar la finca de Doña Carmen, una mujer de 82 años, pero con corazón y alma de 20. Ella es la matrona de su familia y se enorgullece de ser la cabeza de cuatro generaciones, pero aún más, de ver a sus hijos teniendo éxito gracias a la vida y educación que les pudo brindar con las 3 hectáreas de cacao que trabajó por tantos años con su difunto esposo.
La casa de Doña Carmen queda justo al lado de su plantación de cacao. Es un hogar lleno de amor y detalles; se pueden ver diferentes imágenes católicas y fotografías con su familia. En la visita, recorrimos todo su cultivo y, planta por planta, esta mujer nos iba mostrando lo duro que trabaja por sus árboles de cacao y lo mucho que los conoce.
El día siguiente fue revelador, pues se debía hacer la recolección y el desgranado de las mazorcas de cacao. Dos trabajadores eran los encargados de recolectarlas y además había un equipo de desgranado, del cual nosotros hacíamos parte. Lo que parecía una tarea sencilla, terminó siendo extenuante. En el lapso de una hora tuve que parar dos veces, ponerme de pie, estirar y esperar a que se me pasara el dolor de espalda. Mientras tanto, Doña Carmen, con sus 82 años, no se quejó ni una sola vez y solo se detuvo para almorzar. Ella simplemente se reía al vernos luchar para completar la tarea. Así aprendí que la fortaleza y el carácter de la gente del Huila son admirables.
Nuestra siguiente parada fue el municipio vecino de Campoalegre, la capital arrocera del Huila. Una región con vocación agrícola y marcada por unos valles hermosos con diversos tipos de cultivos. En este lugar me marcó particularmente una finca en una zona montañosa, en donde comienza a predominar el café. Allí conocimos a Doña Concha, su hijo Gentil y a quien me daría una gran lección de vida: Samuel. Este hombre de tez morena, buen bigote, una alegría contagiosa y 35 años mal calculados, tiene su propio cultivo de maíz y cilantro en la finca y fue uno de nuestros guías.
Samuel es ciego desde hace 8 años, pero nosotros no podíamos creerlo, y no fue porque dudáramos de su palabra, sino porque la forma en la que se ubica dentro de la finca es irreal. Nunca se pierde e incluso transita caminos muy peligrosos completamente solo. Lo más increíble de este hombre es su actitud. En un momento le preguntaron si había sido muy difícil recobrar su vida después de perder la vista y respondió, tranquilamente, “un poquito, no más”.
Después de recorrer esta región del Huila, emprendimos un camino de unos 86 kilómetros hacia el sur del departamento. Recorrimos las orillas del Río Magdalena y la gigantesca Represa del Quimbo hasta nuestro último destino: Garzón. Este municipio es un importante foco cafetero de Colombia y una gran despensa agrícola para la región; además, se ha convertido en un punto muy importante de recolección de cacao para Luker Chocolate. Aquí fue donde tuve el encuentro más significativo y quizás el que más me inspiró a seguir trabajando por los cacaocultores de Colombia.
En el penúltimo día de nuestra travesía, fuimos a la vereda Majo. En este lugar conocimos la finca de Don Ismael, un hombre de aproximadamente 80 años y oriundo de la región. Nuestro anfitrión principal fue “Chucho”, uno de sus hijos quien cuida de él y lo ayuda con las labores de la plantación de cacao. Tuvimos la oportunidad de ayudarlos en la jornada de trabajo recogiendo las mazorcas de cacao maduras durante toda la mañana. Fue hasta el final de la jornada, y después de disfrutar de un sancocho campesino, que llegó el personaje que tanto me marcó.
Por la parte trasera de la casa entró un niño de unos 12 años, pelirrojo y lleno de pecas. Vestía un jean hasta las rodillas, una esqueleto blanco, una resortera cruzada en su pecho y unas botas de caucho. Traía un balde lleno de pescados pequeños que acababa de atrapar en un río cercano. Parecía un Tom Sawyer colombiano, un niño aventurero de esos en peligro de extinción. Sin pensarlo, se acercó a nosotros a mostrarnos la pesca del día y nos comenzó a hablar de todo lo que hacía después de ir al colegio. Su nombre es Wilmer y es el nieto de Don Ismael. Me hizo un recorrido para mostrarme su cultivo de cebolla, unos patos que está criando y finalmente, lleno de orgullo, me mostró su propio árbol de cacao. En ese momento pensé: “el campo colombiano sí tiene un gran futuro y por niños como él es que debemos seguir trabajando”.
Wilmer es un niño emprendedor y curioso. A muy temprana edad empezó a ayudar a su mamá, pues su padre los abandonó cuando él era solo un bebé. Pero esto nunca lo detuvo. Su forma de ver la vida, de apreciar el agro, sus ganas de salir adelante y el modo en el que ayuda a su familia, me marcaron de una forma indescriptible.
Esas dos semanas que pasé compartiendo con cacaocultores en el Huila marcaron mi vida como muy pocos momentos lo habían hecho. Pedro, Doña Carmen, Samuel y Wilmer me hicieron ver que la vida en el campo es muy diferente a lo que yo había experimentado; es más retante, sí, pero así como reta la tierra apasiona, te reconecta con tus raíces y te hace agradecer las pequeñas cosas de la vida. Por eso, quiero seguir trabajando por el desarrollo del campo colombiano a través del cacao; quiero dignificar la vida de los agricultores de mi país y, sobre todo, sueño con el día en que todos los niños campesinos puedan tener un futuro de calidad, para que el día de mañana sueñen con quedarse trabajando en el campo y cambien la realidad de nuestro país.